2023ko onena. TOP 5.


 

Si tuviera que destacar este año musical por alguna razón sería porque Jason Isbell me ha devuelto a un espacio que casi tenía olvidado. A ese momento en el que uno corre por la arena de la playa quemándose la planta de los pies, soñando con llegar al agua, algo que se conseguirá en unos pocos segundos pero que con el dolor que nos transmite nuestra piel parece imposible de alcanzar. Al final, pese a todo ese sufrimiento uno llega a mojarse los pies, a templar nuestro irritado plantar y a disfrutar de un momento extraño: el dolor, en ocasiones, deja un regusto dulce. 

Ocurrió hace mucho. Hace unos 20 años. Algo menos. La vida llegaba a un momento placentero. Trabajo estable igual a ingresos estables. Hogar casi propio a tercias con el banco y mi madre pero propio si nos ajustábamos a quién establecía las normas, quién decidía no respetarlas y quien ocupaba aquellos sesenta metros cuadrados. Fuera de la jornada laboral, que por aquella época era un sueño hecho realidad, todo el tiempo del mundo me pertenecía. Nos pertenecía. Teníamos dinero para correr y tiempo para parar. Poco más hacía falta para ser feliz. 

Sin embargo, para alguien instalado en el drama continuo heredado de una familia con algo parecido a una suerte pésima, era necesario buscar una nueva droga que me llevase a sufrir por sufrir. A vivir establecido en un dolor lejano que nunca llega pero que nunca se va y que lo inunda, lo prende, lo alcanza todo. 


The Last Picture Show y la teoría del triángulo amoroso


Diría que todo empezó con The Last Picture Show. Seguramente con el triángulo ofensivo de Phil Jackson en la cabeza empecé a explorar el triángulo amoroso como uno de los mayores dramas de la sociedad occidental moderna tras la muerte. Al menos, hablando de un drama narrativo abordado mil y un veces en cine y literatura. Cuál fue mi sorpresa cuando Jeffrey Eugenides desarrolló el concepto de La trama nupcial en una novela del mismo nombre donde no era el triángulo amoroso el motor del entretenimiento amoroso sino la trama que llevaba al matrimonio o a la falta de éste. 





Encajar la derrota, regocijarse en la porquería propia, relamerse las heridas... todo figuraba en el mismo contexto solo que ahora lo que me llevaba a ese estado eran todos los triángulos amorosos del cine, la tv y la literatura. Tortuosos desencuentros sentimentales que, además, tuvieron una banda sonora que empezó en Tom Petty, Roy Orbison y Bob Seger, continúo en Jayhawks y Whiskeytown y que, irremediablemente, terminó en la figura de Ryan Adams para extenderse por universos similares o paralelos como J. Tillman y Damien Rice

Reconozco que fue un bucle estúpido. Pero fue real. Hay canciones, podría hacer una lista de reproducción extensa, hubo canciones, que provocaban que mis defensas emocionales se fueran a la mierda. Frases sueltas en la mitad de la nada al estilo de "no tengo nada más que amor para darte ahora", "¿Quiere alguien llevarme a casa?", "hay algo en el aire que hace que me mantenga a parte de todo", "enséñame si quieres"... historias sobre casas sombrías y abandonadas donde el amor se apagó, historias que transcurrían dentro de un autobús entre Tampa y Tulsa, historias de mujeres que recibían una llamada telefónica que les confirmaba que lo que tenían era grave y que no pasarían de septiembre... september. Iraila izango zen

Todo aquello me llevaba una y otra vez a un acantilado por el que caía y caía continuamente. Como aquellos animales prehistóricos perseguidos por cazadores prehistóricos hacia barrancos prehistóricos para que se despeñasen y, una vez muertos y dóciles, darse un festín con sus entrañas, sus músculos, sus lomos y su sangre. La pregunta lógica es, ¿Ocurría algo en tu vida para sentirse así? La respuesta es un claro no. Sin embargo, era como si lo persiguiese. Como si quisiera vivir en un cruce de caminos emocional entre el llanto, el desgarro y la pérdida. Como si quisiera sentir en mis carnes de qué iba toda aquella literatura del triángulo amoroso o de la trama nupcial. 


Ryan Adams circa 2005


Sinceramente creo que de una forma afortunada, aquella situación nunca se dio, todo fue olvidándose. Para el cambio de década es de imaginar que mi coctel  repleto de nostalgia, tristeza y dolor ajeno fue disipándose y para 2012, con el nacimiento de mi hijo, se acababa. El drama, entonces, pasaría a ser otro mucho más real. Habían pasado los años, todos éramos más mayores y la gente comenzó a irse y nosotros a despedirnos. 

No me había pasado antes. Los que se habían ido lo habían hecho antes de que mi conciencia fuese lúcida. Los que se van ahora son los que han contribuido a que yo fuese lúcido. O, al menos, a que intente serlo. Así que el ciclo empieza con el nacimiento de mi hijo, sigue con gente que se va, despidos, cierres, nuevos trabajos, nuevos trabajos de mierda, recolocaciones, nuevas y aparentes vidas y el COVID. Con más pérdidas, más despedidas y más mujeres recibiendo malas noticias en septiembre. El dolor ha sido real en los últimos diez años. Demasiado real. Demasiado permanente. Demasiado premonitorio de que todo va a seguir al mismo ritmo a partir de ahora. Es como estar encerrado en un callejón sin salida en el que tenemos que arrojar un dado y sacar cualquier cosa que no sea un seis. Celebrar silenciosamente, lastimosamente y miserablemente que el seis se lo ha llevado otra persona. 

Entonces, en 2023, en la música de 2023, en qué estás escuchando ahora, aparece un viejo conocido de la afición. Jason Isbell, que para mí había sido poco menos que un superhéroe durante su estancia en Drive-By Truckers, me canta al oído frases sueltas que me descolocan y maravillosas historias cortas cargadas de tragedia y dolor. Puedo volver a regodearme. Puedo pasarme la lengua por los surcos que el punzante paso del tiempo ha dejado en mi piel degustando el sabor salado del sudor y las lágrimas. Y puedo hacerlo sin la necesidad del triángulo amoroso. O eso espero. 


Jason Isbell and 400 Unit.


Weathervanes es un trabajo sobrio, pensado en pequeño con la intención de hacerse grande en los escenarios. Y, a su vez, es todo lo que tiene que ser un disco de Jason Isbell: una sucesión de novelas ambientadas en el sucio sur estadounidense donde la mierda blanca sobrevive a sus penas bebiendo alcohol barato en un charco sin fondo. Maltratos. Divorcios. Racismo. Falta de comunicación. Coches esperando la luz verde en semáforos que nunca abandonan la luz roja. Robusto rock americano fabricado en Nashville sin todo lo malo de Nashville pero con todo lo bueno de Alabama. Aunque para mí, Alabama no sea más que Jason Isbell y sus canciones. 


Rival Sons


Primer puesto de este 2023 para Jason Isbell. Segundo puesto, que podía ser segundo y tercer puesto, para Rival Sons. Pero me he permitido hacer la pequeña trampa de unir sus dos discos de este año, Darkfighter y Lightbringer, en una sola obra. Porque al final, qué diablos, si Use Your Illusion o Mellon Collie and the Infinite Sadness eran un solo disco, ¿Quién va a pararme ahora con esta treta?

Lo de Rival Sons es un auténtico escándalo. ¿Para qué presentarlo de otra forma? Llevan una carrera discográfica sin tacha en la que casi que arrojan un disco mejor que el anterior cada vez que se meten en el estudio. En 2023 se descuelgan con dos discos de algo más de media hora cada uno que pueden funcionar tanto juntos como separados y en los que juegan a ser dioses del rock n' roll con el poder de un riff en una mano y con la capacidad de escribir grandes melodías en la otra. 

Si el hard rock clásico ha fluido alguna vez por tus venas, si no tienes miedo de que el folk se presente como un cuerpo conocido dentro de una tormenta de riffs, si estás dispuesta a que la banda te lleve por una tormenta de truenos y decibelios mientras te acuna y te mima, no lo dudes. Tanto Darkfighter y Lightbringer te harán irremediablemente feliz. 

Quien misteriosamente me sigue haciendo feliz a mí es Janelle Monae. Con The Age of Pleasure se hace con el tercer puesto en este top 5 de lo mejor del año. Y lo hace, como siempre, con una colección de referencias que, en teoría, a mí no me dicen nada. Sin embargo, ahí estoy yo, siendo feliz, sonriendo, bailando o imaginándome que yo u otra persona baila. Disfrutando de mil cosas que no me gustan pero que reconozco desde la lejanía y que termino aceptando y celebrando. La verdad, desde que Monae está en mi vida, sonrío más y soy más feliz.


Janelle Monae


El cuarto puesto es para otros viejos conocidos. Con This Is Why Paramore vuelve a recuperar aquella equilibrada pulsión que recogió su disco homónimo hace ya 10 años y que, de una manera u otra, perdió en 2017 con After Laughter. En This Is Why hay sitio para bailar gracias a un rock pop relativamente moderno envuelto en videoclips arty, hay lugar para aquello que la banda fue hace mucho, cabe espacio para que Hayley Williams reparta.... Es un trabajo relativamente simple y directo que probablemente no pasará a la historia pero es un trabajo adictivo en el aquí y ahora. 


Paramore


Cierra el top 5 de 2023 una de las más maravillosas e imaginativas aventuras musicales de nuestra pequeña escena. Ibil Bedi, con su tercer trabajo, ha dado un salto de gigante hacia una parte del mapa tremendamente apartada, árida y descolorida. Sin embargo, el quinteto navarro, se viste de blanco y ataca todo desde la paz. Jugando con la combinación de texturas. Creciéndose en el menos es más pero sin escapar al barroquismo en ocasiones concretas. Goldea es la confirmación de un sueño ante el que solo cabe pellizcarse. Toca correr a anotar en nuestros diarios que quizá estemos asistiendo al nacimiento y al crecimiento de una formación que en el futuro engrosará nuestra categoría de clásicos.  


Ibil Bedi



Comentarios