Nos está costando arrancar (tanto a enero como a mí)

 

The Heavy Hours

¿Arrancar qué? ¿Para qué? ¿Por qué? No son malas preguntas. Las respuestas van a ser peores. Seguro. Lo que no termina de arrancar en lo musical es 2023. En esta tonta vorágine de seguir la actualidad acabas perdiéndote entre decenas de novedades mensuales y apenas has terminado de publicar el top de 2022 y ya tienes encima enero. 


Después de todo el trabajo auto impuesto de 2022 estás cansado, con ganas de dejarlo todo y de perderte en los clásicos pero sigue habiendo algo en tu interior, que en realidad es mi interior, que quiere seguir sintiéndose vivo y partícipe del día a día. Como si renunciar a ese día a día me podría convertir en una especie de muerto viviente. De persona que renuncia al pulso vital para refugiarse únicamente en lo que conoce y disfruta de antemano. Pero, ¿Y si lo que conozco y disfruto está ahí fuera? La cuestión es que, aunque cada vez más disperso y escaso, ese meta oxígeno que me mantiene vivo siempre ha estado ahí fuera. Repercusiones directas de la crisis de los cuarenta, o de los cincuenta, aparte, no. No quiero convertirme en alguien a quien ya le vale con lo que tiene amontonado gracias a su existencia. Quiero sentirme vivo y partícipe del sudor de una banda de quinceañeros, veinteañeros o treintañeros que milagrosamente ha elegido ese mágico barullo de guitarras, bajos y baterías. Quiero ser un vampiro de su energía. Quiero pensar que, pese a todo, les entiendo y que una parte ínfima de su vitalidad, pasa a ser mi vitalidad. Mi meta oxígeno. Mi resistencia romántica ante ese gran e inexorable enemigo que es el paso del tiempo.





No tengo ninguna certeza estadística sobre cómo viene siendo el enero discográfico de los últimos años. Ni siquiera una certeza estadística amparada en mi propio gusto. Pero sí es cierto que tanto en 2021 como en 2022 enero destacó porque a principios de febrero Black Country, New Road publicaría el mejor disco de ese año o, al menos, uno de los mejores. La cuestión es que este enero se está comportando como suelo comportarme yo. Sin ganas de arrancar. Vago. Perdido. Hasta el punto de que a 26 de enero solo puedo rescatar, nótese las diferencias entre rescatar y destacar, tres discos publicados durante este mes. 

Cuando rescatas y no destacas, sinceramente, no tienes demasiado que decir. Aquí es donde entra mi propia psicología. Mi propio autoanálisis. Por culpa de tristes y traumáticos acontecimientos que han sacudido mi vida en los últimos años, y puede que también por mi propia culpa, no soporto los encargos. Un encargo supone una pequeña losa que soportar que con el paso de los días y la proximidad de la fecha de entrega, va ganando tamaño y peso. Con lo que mi sueño, ya de por sí permeable a las preocupaciones, acaba debilitándose, mis ataques de vergüenza aumentan y la ansiedad, estúpida ansiedad ante pequeñas cosas, termina por dispararse. Encargos que, en la mayoría de los casos no me interesan. Pero tampoco hay que culpar a nadie. Por eso he hecho referencia a que también la culpa recae sobre mí. Porque tengo en mente ideas que sí me interesan y que probablemente me publicarían en diferentes medios pero que, por culpa de todo lo que ha ocurrido y ocurre, no soy capaz de afrontar.

Así que, aunque este enero estar resultando tibio en cuanto a lanzamientos discográficos, creo que tengo que obligarme a hacer aquello para lo que creo que nací. Aunque no le interese a nadie más que a mí. Que es escribir, sobre música. Tristemente, y aparentemente, solo sobre música. Últimamente, escribir sobre música de una forma tangencial. Esto es, que la música sea la energía que apriete el gatillo pero que lo que realmente quede escrito en negro sobre blanco sean mis inquietudes, miedos y pensamientos nerviosos. 

Por lo tanto, enero, mi enero y el de 2023, no son demasiado interesantes, salvo que mi incesante e inexacto ejercicio de pesca de arrastre en el caladero de las novedades discográficas pueda aportarle una referencia perdida que se le haya escapado a quien lea el texto. Cosa que, como de costumbre, dudo que ocurra. Este enero y mi enero son un poco como el homónimo segundo disco (20 de enero - BMG) de el cuarteto de Cincinnati The Heavy Hours. Resultón y curioso, quizá. Realmente fácil de olvidar dentro de unas semanas, seguro. Aquí tengo que decir que realmente este disco me ha llamado la atención sólo por una razón. En algunos momentos, ese indie rock guitarrero con devaneos épicos salpicado de tímidos destellos del rock de los cincuenta y querencia radiofónica me recuerda a otra banda de similar talante que me llamó la atención en el One Big Holiday 2021: Lord Huron. Rock americano, plano, secante y circundante al ruido blanco. Música que encaja en tus oídos pero que no termina de aportar brillo. Una etapa llana del Tour de Francia con una tímida resaca de vino blanco de antes de la comida. Algo con cierto interés, escaso, agradable y que, sin duda, facilitará un reconfortante sueño en el sofá. Estoy seguro de que intentaré recuperar The Heavy Hours en los próximos meses con cierto miedo a no haber visto algo que tenía que haber apreciado. También estoy seguro de que pese a que hayan grabado con el mismo productor que Avett Brothers y hayan recibido ayuda puntual de Dan Auerbach (Black Keys), el disco y la banda me seguirán produciendo el mismo sentimiento de indiferencia cercano al de un ruido blanco favorable a la siesta. 


                                               


Curioso es que el cuarto disco de Margo Price, un ejercicio en el que la cantautora de Nashville se ha rodeado de alucinógenos para crear su disco más enfocado a los singles radiables, se acerque a la misma premisa que el disco de The Heavy Hours. Strays (13 de enero-Loma Vista) es un disco más que correcto con todo en su sitio, compuesto con solvencia y ejecutado con elegancia. De acuerdo. Pero sin mordiscos. Y si los hay, con mordiscos sin dientes ni colmillos. Strays es un intento por crear una empatía cósmica con el oyente tras ingerir una buena dosis de setas en forma de billete para un viaje astral. Sin embargo, termina siendo una anodina fotografía en mate debatiéndose entre tonos pastel, vale su portada, en la que Price parece querer capturar la magia de una Alicia en el país de las maravillas escrita por Gram Parsons. Así, salvo los ecos, interesantes, de la omnipresente en la última década Stevie Nicks, yo ya no sé con qué más quedarme. Price vende o promete una cosa pero ofrece algo distinto. Y no, tampoco creo que vuelva necesariamente en demasiadas ocasiones a este Strays en el futuro pero, en caso de hacerlo, volveré a sentir esa extraña y poco placentera sensación de sí pero no. De pudo ser pero no lo fue. Más bien, no lo será. Quizá sea un problema mío, un juicio o cálculo erróneo por mi parte, pero todo a lo que apunta Price en este disco me pareció tremendamente redondo en el Almanac que el dúo Widowspeak publicase en 2013. Más efectivo y convincente, sin pompa y envoltorio. Probablemente guardando similitudes en cuanto a lo efímero de la propuesta. Pero lo cierto es que Almanac resulta un disco más redondo e interesante que Strays.





Este enero fallido también da para alguna desilusión. Tenía muchas esperanzas puestas en Baiagoan de Ro. Probablemente demasiadas y quizá peque de ansioso e inmaduro. Pero, al igual que con los discos de The Heavy Hours y Margo Price, Baiagoan apunta a algo que debería gustarme mucho y que, sin embargo, se queda flotando en un limbo etéreo. Cierto es que en enero mi mente piensa ya más en el esparcimiento de la primavera y que, como consecuencia de ello, el segundo disco de estudio de la banda gipuzkoarra de post rock puede ser víctima de este sentimiento. Bien, en todo caso, en otoño, con el cambio de hora de octubre y la vuelta a los sofás, las mantas y las chimeneas emocionales, Baiagoan recupere mi pulso como lo hizo Athalase en la era del confinamiento. ¿Tendremos vinilos para entonces?

Mañana llegan las últimas novedades discográficas de enero y, salvo sorpresa inesperada, morirá con los tres discos que comento en esta entrada. Al menos, y pese a que no haya un nuevo disco de Black Country, New Road a la vista para el febrero, yo ya he dado el primer paso de escribir, de escribirme, y de vivir esa pequeña aventura que transcurre desde que abres la entrada, tratas de ordenar tus ideas por muy poco elocuentes que sean y terminas dándole a publicar esperando que alguien se lo lea y deje un comentario que sirva de feedback. Por alguna extraña razón que seguramente tendrá que ver con la costumbre, cada vez me pesa menos la respuesta o, más bien, la falta de ellas. Las visitas que tiene cada entrada. Cada vez más, el valor que le atribuyo a esta web es el de ejercitarme. De hacer algo. Escribir. Recuperarme. Sentirme vivo. Combatir el paso del tiempo. 



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