Los mejores discos de febrero
Al principio, la nada. La oscuridad. El denso silencio del principio de los tiempos. Nadie estuvo allí para contarlo. Solo cabe imaginarlo de forma científica aunque, en realidad, quizá sea más válido afrontar su descripción desde un punto de vista literario. O musical. Apenas sé nada de ciencia pese a que la respete enormemente pero, no sé yo si imaginar cómo fue algo es muy científico. Cabe imaginar que el último minuto antes del big bang, de esa gran explosión cósmica que lo originó todo, debió ser un momento tenso. De fricción. Aunque nadie estuvo allí para verlo, todo aquello que precede a una explosión, una tormenta, un cambio importante, parece estar rodeado de un dramatismo desmedido, atmosférico, cáustico y catártico. Se me ocurre un anden del metro en el que hay unas 1000 personas tras algún acto multitudinario y otras 2500 bajan por las escaleras y se aturullan en los pasillos. Llega el convoy, los primeros mil, o casi todos, se suben a los diferentes vagones y por unos segundos, parece que la condensación caótica ha desaparecido. Luego esos viajeros se esparcirán por toda la línea y, una vez en la calle, por toda la geografía a la que sea posible llegar de una forma lógica desde una estación de metro.
Fantaseo con que alguien debería haberle puesto banda sonora a ese momento previo a la gran explosión. A la gran madre de las explosiones. Como si ese momento fuese toda la trama de “Los Hermanos Karamazov”, esperando a ver si Aliosha, a quien cuesta imaginárselo sin pasearse por la calle embutido en una camiseta de My Chemical Romance con el flequillo echado a un lado y las manos en los bolsillos, confiesa al fin que fue él quien mató a su padre y no ninguno de sus hermanos ni, tampoco, el criado epiléptico. Porque al final no entiendo bien qué pinta Aliosha en todo esto. No es el narrador pero sí que está en todas partes. Quizá le libra ser menos reposado que Mitia y estar más cuerdo que Iván. Cosa que tampoco es complicada. La cosa es que al final “Los Hermanos Karamazov” ni siquiera llega a explotar. Está ahí toda esa concentración de ultra dramatismo desde que Mitia golpea en la cabeza al criado anciano, todo el tema de la sangre, su amor por Grushenka, todos como un cencerro, el juicio, la conclusión… Volví a leer los últimos dos o tres capítulos pensando que me había saltado ese punto en el que Aliosha confiesa que él lo hizo todo pero que quería que acusasen a cualquier antes que a él para cometer así un pecado mayúsculo y sufrir así hasta obtener el perdón de su señor. Ya he dicho que están todos como cabras.
Vuelvo a lo de la banda sonora. La banda sonora previa al estruendo de la partida del convoy del metro o del big bang tiene un nombre. Eneritz Furyak. Y un disco, claro, una banda sonora: “Emadan”. Me voy a centrar en una canción aunque podría ser en cualquier composición del álbum. “Junco” es una sucesión de acordes progresando a través de una escala emocional opaca. Escucho el inicio y me vengo abajo, siento la necesidad de tumbarme, escuchar la voz de Eneritz y acurrucarme en mi dolor para disfrutar de esa extraña sensación de relamerse las heridas. “Emadan” es, desde su portada, flores sobre oscuridad, un disco con un planteamiento básico de folk denso con voz y guitarra sobre el que Furyak va tejiendo capas y capas de arreglos variopintos. Un piano, un teclado, unos vientos, autotune… es importante que la imaginación, esa puerta que nos lleva a otros planetas, quede abierta. Furyak la aprovecha y navega con seguridad y elegancia por la nada. Tensando las cuerdas vocales del llanto, empujándolo hacia un territorio emocional pero sin dejar que nada termine de ocurrir. Esto que parece una falta de capacidad transmisora cuando es justamente lo contrario. Furyak no necesita del ruido y la furia, se basta con la superposición de sonidos y un abstracto tejido de pinceladas que van llenando el vacío oscuro. Como esas flores de la portada. Esas flores podrían ser su disco, sus canciones vagando por la nada previa el universo. Y cada matiz de cada una de esas flores, alguno de los elementos que elevan la simpleza inicial de cada composición. Una cadena de composiciones que amenaza con romperse, con todo el drama y la curiosidad por lo que ocurrirá, que no llega a ocurrir. Tampoco hace falta.
Si “Emadan” nace de ese momento previo a la distensión inicial del Big Bang, Black Country, New Road, podrían firmar la banda sonora de la segunda etapa. Esa en la que toda las partículas y la masa se iba reubicando por todo el universo. BCNR surfea por el caos mientras se esparce y crea vida aquí y allí. Lejos, cerca y más lejos.
Han pasado ya unos diez días desde el párrafo anterior. Probablemente más. No me ha llegado el disco de Black Country, New Road. Sí que me llegó en de Eneritz Furyak. Hoy me ha llegado el de Cult Of Luna. Sigo sin saber nada del de NRCSSST. Tengo la sensación en este inicio de año que existe un parón productivo en las grandes plantas de vinilo de América y Europa. Una sensación que no pasa de corazonada o de presentimiento. De punzada. Me recuerda a como en los 90 un tío que me doblaba la edad y que tendría los mismos años que tengo yo ahora, me dijo que el grunge no era nada, que era una invención sin calidad alguna. Luego pasó a contarme cómo en los setenta hubo una crisis petrolífera que afectó muchísimo a la industria musical y, en especial, a los grupos de rock progresivo. Me sorprendió la correlación de los hechos tanto como a ti, si es que alguien ha llegado a leer hasta aquí. Obviamente, le pregunté por qué a los grupos de rock progresivo. Por culpa del punk, me contestó. Seguí sin entender nada. ¿Y eso?
Pasó a explicarme que la producción de los discos de vinilo se encareció considerablemente y que el punk fue una excusa de la industria para cepillarse a las grandes bandas de rock progresivo. Naturalmente, le tuve que preguntar si los grupos de punk publicaban sus discos en algún soporte que no fuera exclusivamente vinilo. A lo que contestó que claro que publicaban en vinilo. Ya estábamos en otro estadio completamente nuevo. Me había pasado la pantalla pero todavía me faltaban un par de jefes por matar antes de ver los créditos finales.
Volví al ataque. ¿Entonces? La crisis del petróleo encareció la fabricación de vinilos y a las discográficas les costaba más publicar discos. Como de la publicación de discos no se podía ahorrar porque no podían desabastecer el mercado decidieron ahorrar en horas de grabación. Y claro, ¿Quién se iba a ver afectado por semejante decisión? ¿Sex Pistols y Motorhead grabando un disco en cuatro horas o Genesis grabando un disco en cuatro meses y experimentando con cualquier cosa que se les pasase por la cabeza? ¿Eh, eh, eh? Me quedé allí. Perdí. Con aquello. Con los años entendí que mi amigo, hace casi dos décadas que no lo veo, exactamente desde un concierto de Whitesnake en el velódromo Anoeta revisitando su disco de 1987, no lo pasó demasiado bien con el paso del rock progresivo al punk. Esto es, lo pasó peor que yo cuando siendo un niño "se acabó" el hard rock y llegó el grunge. Solo que allí estábamos, discutiendo sobre el grunge, el rock progresivo y el punk y a él no le gustaba nada fuera del rock progresivo y a mí me gustaban los tres.
Black Country, New Road tienen un poco de rock progresivo y un poco de punk. Un mucho de desquicio y un tanto de genialidad. “For The First Time” es un disco que me gustaría escuchar más antes de escribir una línea más. Pero claro. Estamos a 15 de marzo y todavía no he dicho que estos que aparecen en este texto son mis cuatro discos favoritos de febrero. Y son cuatro grandes discos.
Eso aunque el de Cult Of Luna no es un disco. Es un EP. Pero con los minutajes que manejan los suecos prefiero abrir los brazos y acogerlo como otra demoledora obra de arte en forma de disco grande. “The Raging River” sigue siendo esa eterna estatua sinfónica compuesta por ruido, dolor, furia y rabia. Esa especie de fotograma que jamás funcionará por sí solo pero que en toda la extensión del metraje guarda más información emocional que el mejor mapa. Piel de mármol, sangre de engrudo y oxígeno polvoriento.
Para terminar, desde Atlanta, NRCSSST, una banda que probablemente vaya a pasar desapercibida para el gran público e incluso para cualquier tipo de público. Cuando lo cierto es que es un acertado compendio guitarrero de rock bailable con regusto a la década de los 2000. Suena a ciénaga, pero huele a indie. Es una fotografía de un chico y una chica comiendo cangrejos de un cubo con camisetas de Bon Iver y Phoebe Bridgers. O de Hüsker Dü y Dua Lipa. O de OFF! Y de la ELO. Paro. ¡Paro! Bueno, mientras comen cangrejos, o cazan cocodrilos, con sus camisetas molonas, escuchan a los U2 del pop, a Franz Ferdinand y Electric Six. Parecen frescos. “NRCSSST”, de NRCSSST es un disco que debería escuchar toda aquella persona que quiera sonreír y mover los pies y la cabeza al ritmo de algo que se parece, de cerca, a la alegría.
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