Cobra + Liher. (Arriola Antzokia, Elorrio) 2020-XII-26
Argazkiak: Ina OLAIZOLA
Percepciones. Esto de ir a conciertos a ver, analizar, desgranar, dejarse llevar y disfrutar para luego sentarse al de unas horas o días a plasmar lo vivido en un puñado de párrafos, se basa en percepciones que dependerán del enfoque y de quién enfoque. Solo hay una cosa que podría firmar con sangre: siempre que he salido con una sonrisa de oreja a oreja de un concierto es porque sobre el escenario ha ocurrido algo de eso que tiene que ocurrir cuando alguien se entrega al viejo lenguaje placentero de escuchar a otros cantar, tocar, bailar, saltar y sudar. El sábado al anochecer, en el Teatro Arriola de Elorrio, sucedió mucho de esto.
Vaya por delante que acudí tras una carambola. Que no tenía que estar allí pese a querer estar. Ya soy bastante torpe y desordenado en circunstancias normales a la hora de comprar entradas así que, en este nuevo mundo crepuscular en el que vivimos, para cuando me siento delante de una pantalla a comprar una entrada, el letrero de sold out ya parpadea con insistencia. Pero la magia de las casualidades me situó en un concierto en el que siempre quise estar.
Liher
Pocos minutos después de las 6 de la tarde, llegaba el turno de Liher. Arranque amparado en el soul a modo de calentamiento para acto seguido, embarcarse en un incendiario viaje de guitarras abrasivas, calor asfixiante, fuego denso, sensualidad y energía. Sería en el cuarto tema, “Zulo bat gehiago”, cuando Lide Hernando decidió que ya era hora de desgarrar la noche. Escalofrío en la espina dorsal. Tensión en su garganta y tensión en su cuerpo. Entrega y pasión absolutas. Siempre que tenía que dar un paso adelante, daba dos. Su crecimiento como artista viaja a la velocidad de la luz.Pero lo cierto es que Liher no empieza y acaba ahí. El cuarteto basa su discurso en un interesante diálogo entre la voz de Lide, sus colores, calores y arrebatos, y las empalizadas sónicas que nacen de la conjunción entre las guitarras de Iñigo Etxarri y la base rítmica de Joshka Natke y Ander Berzosa.
Etxarri y las cosas que hace Etxarri con la guitarra y sin la guitarra. Su presencia en el escenario. Sus riffs, todo la lava y la roca incandescente que despide, todo el azufre que desprende su guitarra y el fuego que dispara a través de sus ojos. Todo eso que cuando se encuentra frontalmente con la voz de Lide, previo acuerdo compositivo, hace que quieras quedarte en esos cálidos pliegues para siempre. A la espera de que vuelva a sonar otro tema. Y otro.
Etxarri y las cosas que hace Etxarri con la guitarra y sin la guitarra. Su presencia en el escenario. Sus riffs, todo la lava y la roca incandescente que despide, todo el azufre que desprende su guitarra y el fuego que dispara a través de sus ojos. Todo eso que cuando se encuentra frontalmente con la voz de Lide, previo acuerdo compositivo, hace que quieras quedarte en esos cálidos pliegues para siempre. A la espera de que vuelva a sonar otro tema. Y otro.
Y encima, la ética, el amor y la pasión por el trabajo, ingente, bien hecho. Liher ha crecido tanto que, desde fuera, se intuye el vértigo a lo que vendrá después. Pero todo esto del rock n’roll se viene escribiendo a la contra desde el principio de los tiempos. Haz lo que tengas que hacer y quieras hacer, hazlo con total libertad, con pasión y entrega. El camino habrá merecido la pena. Este camino merece la pena.
Cobra
A un cuarto de hora para las nueve de la noche se abrieron las puertas del infierno en Arriola Antzokia. David González, Sergio García y Josu Luengo atacaban los feroces compases iniciales de “Firebird” antes de que Haritz Lete irrumpiese en el centro del escenario. Es “Firebird” la radiografía perfecta y más efectiva a la hora de describir el sonido actual de Cobra. Agresión inicial vía black metal que desemboca en un crujiente riff de tibias y calaveras, sigue con la entrada de Lete con voz melódica en un desarrollo festivo y con tono positivo. Llega el estribillo, contundente, con una voz más robusta. Vuelta al riff, los pies no pueden parar, el cuello se prepara para la descarga, las manos golpean en la butaca. Esto es un teatro. Tras el puente y una nueva vuelta al estribillo, un punteo distante y melancólico para que Lete termine su parte.Cobra es, hoy en día, todo eso. Y en Arriola Antzokia dio una demostración de cómo llevar todo eso al directo, con éxito. Un éxito basado, probablemente, en la conjunción de las cuatro personalidades que abordan su discurso musical tanto en el estudio como en los escenarios. Sección rítmica de ensueño con David González tremendamente concentrado, sobrio y tenso. Mención especial para la batería de Sergio García, sustituto de Ekain Elorza en los directos de la banda. El de Basauri ha encajado a la perfección en el sonido de Cobra, aportando matices interesantes y sacando adelante su trabajo con una pegada tan apasionada como mortífera. Josu Luengo sigue haciendo cada noche un esfuerzo titánico para soportar sobre sus espaldas todo el trabajo de guitarras en una banda que, en cierto modo, vive en torno a las guitarras. Riffs, punteos, agresión, calma… Luengo está en todo y a todo. Por si fuera poco, Haritz Lete como frontman y ejerciendo de frontman. Algo que, en cierto modo y dentro de nuestras fronteras, apenas existe ya.
Cobra lo ha repetido hasta la saciedad desde su lanzamiento en las primeras semanas del confinamiento de primavera: “Fyre”, su última obra de estudio es una importante apuesta por el todo, por seguir adelante, por crecer, por encontrar un sitio y por mantenerse. Una apuesta que en cierto modo, rompía con la cultura al riff monolítico y pantanoso de todos sus discos cubiertos de lodo negro. Lo curioso, lo importante, lo vital, es que cuando vuelven a los temas de su anterior época, la banda funciona igual de bien que en los nuevos. Con Luengo a nivel estelar, tremendamente secundado por David y Sergio.
Sobre el escenario de Arriola, es cuestión de percepciones que no siempre serán acertadas, se vio a una banda tremendamente concentrada en su trabajo. Efectiva, sin compasión alguna. Quizá algo agarrotada por la responsabilidad y el empeño. Pero el concierto fue escalando piramidalmente y la recta final, como queriéndose reconocer el trabajo bien hecho, fue vibrante y arrolladora. Con varios de esos momentos en los que sabes que la banda no piensa dejar prisioneros y tu vida pasa a un lugar secundario. Cosa que, en parte, agradeces porque el rock n’ roll nunca debió dejar de ser un universo explosivo, candente y despiadado. Un lejano lugar en el que Cobra brilla con luz propia.
Sobre el escenario de Arriola, es cuestión de percepciones que no siempre serán acertadas, se vio a una banda tremendamente concentrada en su trabajo. Efectiva, sin compasión alguna. Quizá algo agarrotada por la responsabilidad y el empeño. Pero el concierto fue escalando piramidalmente y la recta final, como queriéndose reconocer el trabajo bien hecho, fue vibrante y arrolladora. Con varios de esos momentos en los que sabes que la banda no piensa dejar prisioneros y tu vida pasa a un lugar secundario. Cosa que, en parte, agradeces porque el rock n’ roll nunca debió dejar de ser un universo explosivo, candente y despiadado. Un lejano lugar en el que Cobra brilla con luz propia.
Cobra y Liher. Liher y Cobra. Dos de las bandas de nuestra escena que más y mejor han trabajado y crecido en el último año. Liher casi como por sorpresa, con una dejada al txoko ejercitada por un maestro en los cuadros alegres. Cobra, por su parte, elevando al todo su nueva apuesta musical, golpeando el tablero, buscando y revindicando su lugar en el mundo. En la escena. Si todo fuese como debería, Liher y Cobra deberían darnos grandes alegrías en el futuro y ser importantes elementos de nuestra pequeña y maravillosa escena. El directo de ambas formaciones corrobora su importancia. Solo queda que el mundo cambie, que recuperemos parte de lo que fuimos hace no tanto y que la suerte los acompañe.
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