Sentirse vivo (2)

Os cuento lo que tengo: Se puede decir que tengo casi un primer capítulo acabado. Subrayad el casi, claro. Diría que está al 80% aunque sé a ciencia cierta cómo acabarlo. Trata de un sueño. Un sueño real que se repite a menudo y en el que me encuentro en la entrada de una casa. Es una casa extraña, es un día soleado, estoy muy tranquilo y parece que siempre llego allí buscando algo o a alguien pero nunca llego a donde se supone que voy. Aprovecho para diferenciarlo de otros sueños que también narro. Los comparo. No tienen nada que ver. Los otros sueños están en los manuales que explican los sueños y que, más o menos, todo el mundo acaba teniendo a lo largo de su vida. Pero no. El sueño de la casa, la propia casa. Son un elemento nuevo. Algo que me pone nervioso porque vuelve a mis noches periódicamente. No encuentro explicación. Es el primer capítulo de algo. Estoy seguro. Es un capítulo donde el protagonista nos está mostrando lo que le inquieta de una manera un tanto extraña ya que en ningún momento se adentra en la trama. Es una fotografía sobre la que se asienta todo pero de la que, obviamente, no sabemos nada. Al menos tenemos una fotografía. 







Si os cuento esto es porque tengo un segundo y un tercer capítulo en la mente relativamente bien estructurados. Confieso que, aunque tengo el resto de la historia bien definida, no tengo nada anotado en ningún sitio. Ni siquiera en un pliegue de mi cerebro. Sé lo que va a ocurrir pero todavía no he decidido cómo o a qué ritmo. Ocurrirá. Punto. En el fondo es sobre el segundo capítulo sobre lo que quiero hablaros. En el segundo capítulo, mi idea es que el protagonista entre en un supermercado con intención aparente de hacer la compra y acompañarlo en el proceso. Sin narración. Simplemente reproduciendo los pensamientos que le pasan por la cabeza siendo el tema sobre el que gira todo la estúpida necesidad que tienen las discográficas y los grupos de lanzar versiones especiales de discos de hace veinte, veinticinco o treinta años pero alterando el silencio natural que se sobrepone cuando finaliza la última canción. Al parecer nuestro protagonista ha estado escuchando “August And Everything After”, de Counting Crows, y cuando ha terminado “A Murder of One”, el disco no solo no ha terminado donde terminaba en 1993 sino que ha saltado una maqueta acústica de un tema que ni siquiera está en el disco. Nuestro protagonista, estaba ya aparcado en el centro comercial esperando a que el disco terminase para relamerse las heridas y enumerar, una vez más, todo lo que ha perdido recientemente. Que es mucho. Aunque no lo sabremos hasta que leamos próximos capítulos. Muy optimista eso de leamos cuando, primero, tengo que escribirlos. Y luego vosotras leerlos. El objetivo de este segundo capítulo será el de definir sicológicamente a nuestro protagonista. No del todo pero sí lo necesario para entender lo necesario, o no, cualquiera de las dos opciones será válida, cuando definitivamente entre la narrativa pura y dura en el tercer capítulo. Un sueño para el primer capítulo, la compra para el segundo, ¿Qué para el tercero? Bueno. Arrancará la historia. Tres capítulos para que empiece la historia. Confieso que eso fue porque en un principio el tercer capítulo pretendía ser el primero. Posteriormente, pensé en otro primer capítulo a modo introductorio que obligase al lector a estar más alerta de cara a lo que viene en el segundo. De ahí que sea igualmente válido que se entienda la personalidad del personaje que hace la compra en el segundo capítulo pero que luego no cuadre de alguna forma con lo que entregue envuelto la narración del tercer capítulo. Y bueno, para acabar, como ya habrás adivinado, el que ahora es el primer capítulo llegó el último y retrasó a los otros dos. Eso se queda así. Es ya, inamovible. 







Ese segundo capítulo reproduciendo los aparentemente inconexos pensamientos de una persona nace, nació, una noche de sábado de agosto de algún año no muy lejano en el que todavía no conocíamos la actual pandemia. Yo regresaba a casa a eso de las cuatro o cinco de la madrugada sepultado bajo un camión cisterna de cerveza barata. Hago mención del camión cisterna de cerveza bajo el que me encontraba aquella noche porque en algún punto del planeta, al día siguiente, alguien tendría que llevar a un contenedor su equivalente en vidrio. Dos camiones por una noche que se me escapó de las manos. 

 

Hacía calor. Casi siempre que intento recordar algo, hacía calor. Es como si mi cerebro se negase a recordar situaciones en las que no hiciera calor. Es una estupidez como cualquier otra pero que, a fuerza de repetirse, termina siendo cierta. De repente tuve la sensación de que todo era como en blanco y negro. Bastante lógico, era de noche y en Lemoa, aparte de blancos y negros, solo existe un color más, el gris. Vi, había, siempre ha estado allí, un panel informativo de tráfico. Automáticamente me vino a la cabeza una imagen. En mi mente, las imágenes, en un porcentaje altísimo, son portadas de discos. Pues bien, me dije, yo he visto esta portada de disco antes. Así que como no la recordaba, me apoyé en la valla de hormigón blanca predestinada a sujetarme aquella noche. En los entre cinco y veinticinco minutos en los que me tarareé a mi mismo una canción intentando que esa canción me diese un título de canción, disco o el nombre de un artista, apenas pasaron coches por la carretera nacional 240. Al final, una ráfaga de buena suerte, un momento lúcido en mi abotargado cerebro, me puso sobre una pista bastante aceptable: la canción tenía un título extraño, dividido en dos por una barra. Incluso la canción estaba dividida en dos por la diferencia de sus sonidos y de lo que se narraba. Intenté tararearle lo que recordaba al Shazam. Obviamente, el Shazam no me aportó nada. Creo que ahí Siri tenía que haberse metido a decirme que estaba haciendo el ridículo pero no, no lo hizo. Tampoco en esa ocasión. Luego me vino la palabra Believers. Así que fui a Spotify y escribí Believers. Tras sumergirme en las profundidades de la lista de resultados arrojados por la búsqueda, llegué a encontrar lo que buscaba: una canción de A. A. Bondy perteneciente a su disco de 2011 titulada “Rte. 28/Believers”. Allí pude ver la portada. Bondy andando por un arcén en una instantánea repleta del negro de la noche, el blanco de las farolas y el gris del asfalto. No sé que sintió Bondy cuando utilizó aquella fotografía para aquella portada pero en aquel momento estuve seguro que sería lo mismo que yo sentía. Que no sé qué era exactamente. Lo que siento cuando me ocurren estas cosas. Defensas emocionales bajas, recuerdos inconexos y la tonta necesidad de creer que todo ocurre por algo sabiendo que no es así. Reproduje la canción calculando que en los siete minutos que dura la pieza iba a estar entrando en casa. Pero cuando comenzó a sonar me di cuenta de que la batería del móvil estaba al 2%. Me entregué a un segundo golpe de buena suerte. Seguro que aguantaba hasta casa. Apenas llevaba cinco pasos cuando el teléfono murió temporalmente hasta ser enchufado nuevamente. Todo aquello para nada. Más o menos como este texto o cualquier texto que se publique en esta web. Pero no por ello voy a dejar de ser estúpidamente inconsistente en lo emocional. No por ello, voy a rendirme. Volvamos a aquella noche de agosto: tuve otra idea brillante más. Debería escribir algo sobre aquel momento. Intentando, sobre todo, reproducir únicamente los pensamientos que me pasaban por la cabeza e intentando buscar que, ellos mismos, en su inconexión, encontrasen al fin convertirse en una unidad explicativa propia. Que de la más absoluta falta de narrativa consiguiese narrar algo. Como siempre, en vez de hacerlo, procrastiné como siempre hasta que el pasado agosto pensé que sería una gran idea recuperar el ejercicio para crear un primer capítulo que postergase al primer capítulo original a ser el segundo capítulo. Como ya os he contado, ya existe un primer capítulo que ha retrasado a los otros dos. 






 

Agosto fue un gran mes para pensar. Es curioso que el mero hecho de no tener que trabajar me deje tiempo para pensar en otros trabajos bastante más amables. Evaluando posibles temas en los que apoyarme si Iker Gurrutxaga terminaba contando con mi colaboración en su programa de NAIZ Irratia, MusikHaria, tenía uno que en mi cabeza se titulaba Dark Crooners. La historia viene de que nunca antes me he sentido tan en paz con el mar como este año y mientras trataba de recordar canciones que hablasen del mar me vino a la cabeza “The Ocean”, de Richard Hawley. Quería poner esa canción en la radio a toda costa y recordando que una vez escribí un artículo sobre Dark Crooners para GARA, pensé que sería una gran idea recuperar el tema para la radio en pleno otoño. Empecé a barajar nombres que de alguna u otra manera encajasen en la extraña y aparentemente flexible definición: A. A. Bondy, Anari, Chelsea Wolfe, Abereh e Izaki Gardenak

 

El otro día comentaba con mi amigo Ander la posibilidad de plantarme en unas semanas con dos programas dedicados a Dark Crooners. Aunque él hubiese elegido otro tema de Hawley, más por gusto propio que por otra cuestión ya que para él “The Ocean” es un tema descomunal, le pareció un concepto pertinente. Eso sí, no acababa de entender qué pintaban Izaki Gardenak allí. Bien, como de costumbre, expuse una justificación periodística y artística bastante aceptable a la par que razonable, hasta el punto de que incluso creo que le convencí, pese a que realmente no le comenté la verdadera razón. Y la verdadera razón es que, en mi mente, existe una conexión entre Izaki Gardenak y “Believers”, el disco de A. A. Bondy. Hay algo en la banda gasteiztarra, que bien puede ser el brillo seco de sus producciones, esa especie de eco que hace que todo suene a un recuerdo, su amor por el rock americano, no sé realmente qué, que me lleva a unir a Izaki Gardenak y, en especial, a su álbum “Dena Oskol” con “Believers”, de Bondy

 

No en el momento exacto en el que estoy escribiendo esto pero sí en el momento exacto en el que estoy memorizando toda esta extraña sucesión de recuerdos, pensamientos y proyectos que escribiré mañana, por ahora, estoy viendo a Izaki Gardenak en directo en Elorrio. Mi primer concierto de Izaki Gardenak es también mi primer concierto después de ver a Monster Magnet en Santiago de Compostela semanas antes de que todo saltase por los aires. Mi primer concierto en directo, en persona, ya que vía streaming he visto varias decenas. De algún extraño modo, va a ser un concierto fallido ya que Libe no puede actuar. Así lo ha anunciado Jon Basaguren tras la primera canción: “su madre está enferma y aunque no puede estar hoy aquí, las dos nos han pedido que, por favor, toquemos”. Y afortunadamente están tocando como saben hacerlo. 






 

Me sale decir que Izaki Gardenak es la confirmación definitiva de que por fin nuestra escena está allí. En el mundo. Pero rápidamente me digo que no, que es algo totalmente injusto porque de alguna o de otra manera, nuestra escena siempre ha estado allí. Me vienen a la cabeza Eskorbuto, Itoiz y Ama Say, entre muchos otros, entre muchas épocas, y me doy cuenta de que nuestra escena siempre ha estado allí. El logro de Izaki Gardenak quizá sea que está allí sonando como se suena allí. Algo bastante más complicado si nos vamos atrás en el tiempo. 

 

Jon Basaguren parece la banda y la banda parece Jon Basaguren. Aparentemente, los gustos son los suyos. Tras seguir durante un tiempo su programa de radio, Zidorrean de Euskadi Irratia, y su playlist resultante en Spotify, esa es mi conclusión. Jon Basaguren, al menos más fervientemente desde “Dena Oskol”, es un Dark Crooner maravilloso secundado por una banda de primerísima línea. Tan de primerísima línea que tengo la impresión de que, en ocasiones, la banda es mejor que el propio Basaguren. Una retroalimentación que produce una química imperecedera y mágica, una fusión de talentos incombustibles.

 

Sobre este escenario de la ikastola Txintxirri de Elorrio, la pandemia les destrozó el Ibilaldi 2020 y aquí siguen con empeño y humildad trabajando y apoyando nuestra cultura, Danilo Foronda parece un guitarra majestuoso. Está siempre que se le necesita no simplemente para ocupar un espacio. Foronda aporta algo siempre. No algo, mucho. Muchísimo. Hasta el punto de que en muchas ocasiones parece que su guitarra es el hilo conductor que une las historias, la garganta de Jon Basaguren y la excelente aportación de la sección rítmica compuesta por Fede Eguiluz (bajo) y Dani Arrazabalaga (batería). Lo que hace Foronda es relativamente simple en estudio, cuando tienes un nivel que te permite expresarte de la forma que piden las composiciones. En directo, es otro tema. Hacerlo en directo, más bien disfrutar de ese momento en directo, es algo sublime. Glorioso. Algo que ocurre en pocas ocasiones. 

 

Siguiendo con mi extraña necesidad de ordenarlo todo, diría que quizá Izaki Gardenak son nuestra mejor banda en este momento. Eso, a las puertas de lo que parece un nuevo parón para un nuevo proceso compositivo que, posible y afortunadamente, arroje un resultado discográfico a lo largo de 2021. Por favor, que sea en 2021. Sé, pienso, siempre he pensado que a nuestra escena no le vienen bien este tipo de razonamientos, rankings, números 1 y demás, pero, aquí, esto es mío, me permito decir, escribir, lo que escribo. Somos una escena pequeña, tenemos muchas bandas, todas necesarias. En este momento en el que pienso en lo que voy a escribir mañana, que ya es hoy, que ya es este momento, Izaki Gardenak me parece la mejor.






 

Cierro con este texto una semana de vacaciones en la que he escuchado música, he leído y he visto cine como si fuese agosto. A. A. Williams, “Los Hermanos Karamazov”, “Citizen Kane”, Brent Cobb, “The Lighthouse”, Daniel Romano, Dena, “2001 A Space Odissey”, Kevin Morby, Myotones, “Sunset Boulevard”, “A Star is Born” y Touche Amore han sido los principales protagonistas hasta ayer, cuando pensaba todo esto, momento en el que Izaki Gardenak y A. A. Bondy, también han pasado a serlo.

 

Y cierro este texto recordando haber leído en twitter la opinión de una chica que decía que “A Star Is Born” era una película en la que Lady Gaga trataba de convencernos de que era fea. Añadía, que la historia del típico sad boy estaba ya muy sobada. Retrasé su visionado medianamente afectado por la primera parte de su poco consistente análisis. Básicamente porque sospeché que Lady Gaga, su carrera, su proyección, iba a tener demasiado peso en la historia. Lo del sad boy lo tomé como un cumplido con la película, en parte, porque no conozco demasiadas películas que se apoyen en un protagonista de tales connotaciones, aunque para mí sea un patrón tremendamente atractivo al menos cuando va unido a la creatividad artística. 

 

Tras su aparición en las últimas semanas en las plataformas de streaming pensé que, quizá yo, por ser quién soy y cómo soy, debería ver una película que, con sus supuestos aciertos y sus lastres, hablaba del mundillo musical. Mi conclusión es la misma a la que llego casi siempre últimamente como buceador voluntario de ese drama clásico del hombre de mediana edad: la película habla, desde la perspectiva de Bradley Cooper como director y probablemente como fan de la música, del paso del tiempo. Del artesano y la artista. De la prostitución del talento y su sometimiento a la moda. De managers que, por lógica, entienden el negocio como un juego en el que obtener beneficios. De una artista con talento que adelanta por la izquierda a un artista con talento solo porque sus espacios y sus tiempos son diferentes y porque acepta situar el dinero por encima de la música y la música por encima de su talento. El personaje de Bradley Cooper es el pasado, el de Lady Gaga el futuro. Algo que en pleno 2020 puede parecer y es anacrónico pero que como confrontación de conceptos es algo que viene ocurriendo desde el principio de los tiempos. Si no es la historia de un cantante de country rock adicto a casi todo y la de una cantante pop salida de la nada, será el de otros personajes que en su choque acaben conformando una narrativa que plasme algo tan simple como que el tiempo se nos escapa y se nos escapará siempre entre los dedos de nuestras manos como si fueran granos de arena del desierto. De un desierto, que fue mar. 





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