Bruce Springsteen "Letter to You"
Una carta con el brillo y el músculo de sus grandes obras.
Acabo de recibir mi carta de Bruce Springsteen, esa que llevaba ya unos cuantos años esperando. Y es una carta maravillosa, llena de nostalgia y de momentos de confraternización. Devuelve al Springsteen firme, muscular, seguro de sí mismo, el que ha dejado de experimentar con ritmos tribales y de escribir sobre cuestiones sociales sobre las que, quizás, no nos interesa tanto conocer su postura.
Porque el Bruce Springsteen que aprendimos a conocer y a amar es, sobre todo, un artista muscular y épico, más sentimental que romántico, pero siempre con fuerza, con seguridad, respaldado por una banda enorme y eterna, como él. Springsteen es el que nos habla de ser el último que queda en pie, de trenes ardiendo, de Janey, Bobby Jean, de Rosie (que va a salir esta noche, sin mascarilla, a bailar en la terraza de su casa), Bruce es el que nos cuenta sus historias de Pete Seger y otros outlaws, el poder de la oración. Bruce es el que dedica una canción a un huérfano, a un enfermo, y lo hace desde el poder y la convicción más auténticas del escritor americano lleno de potencia, de potencia narrativa y musical.
Springsteen es, en este disco, el icono cultural que conocimos, a sus estupendos 70 años, cantando con sabiduría y experiencia, y rodeado como siempre de una banda fantástica, donde sobresalen especialmente (es su disco casi tanto como el del propio Bruce) el pianista Roy Bittan y el batería Max Weinberg; ambos impartiendo un verdadero curso de música y ritmo. Ellos dos, junto a Little Steven, Nils Lofgren y Garry Tallent, forman una de las mejores bandas de rock americano de todos los tiempos. Casi nada.
Todo nos remite al viejo Bruce aquí, de forma claramente deliberada. “One minute you’re here” que abre el disco, parece ser una pequeña advertencia a modo de sabio susurro, con el tono de álbumes mayoritariamente acústicos como "The Ghost of Tom Joad" o "Devils & Dust", ambos quizá infravalorados. No llega a la sequedad de "Nebraska", aquella por la que también le estamos eternamente agradecidos. Aquí hay reverberación y un Springsteen más experto, lejos de aquel hombretón que grabó todas aquellas historias de asesinos y lobos solitarios en un cuatro pistas.
Cómo me han gustado “Burnin’ Train”, “Last man standing”, “The Power or prayer”, cómo me ha hecho llorar Springsteen otra vez en “House of a Thousand Guitars”, qué alegría me he llevado al verle otra vez sonando en la radio con un single tan rotundo como “Ghosts”. “Janey Needs a Shooter” o “If I was the priest” parecen compuestas en los años 70, con Southside Johnny sobrevolando, hammond que estás en los cielos, mucha alma, canciones que se alargan como cuando pides otra ronda más con una sonrisa. Y cómo me ha gustado su despedida con “I’ll see you in my dreams”. Parece, de verdad, que el disco se cierra con un mensaje de Eh, tíos, mirad cómo está el mundo, yo os dejo esta carta aquí, por lo que pueda pasar.
Y cómo hay que agradecerle tanto. Que los saxofones de Jake Clemons recuerden a los de su tío, que las líneas de piano de Bittan remitan a momentos brillantes e inolvidables de obras maestras como "Born to Run", "Darkness on the edge of town", "The River" o "Born in the USA". Incluso a veces me parece oírle auto-homenajeándose a sí mismo, como cuando me parece oír el punteo de aquella maravillosa “Tougher than the rest” del grandioso "Tunnel of Love", más acelerado, en el final de “I’ll see you in my dreams”.
Cómo me hubiese gustado que mi querido y añorado Goyo Villalabeitia hubiese podido oír este disco. Cuántas veces escuchamos a Springsteen como dos almas solitarias unidas solo por el poder de la música. Aupa Goyo. Con este disco he reído, he llorado, lo he escuchado hasta sacarle las entrañas y le he pedido a mi hermano Izkander que tome esta reseña, esta carta que de alguna manera quiero escribiros a todos los que alguna vez habéis sentido que la vida era especial gracias a Bruce Springsteen.
Y ya supe que el disco iba a ser especial cuando oí por primera vez el single “Ghosts”. Cuando se lo puse a mi mujer y le vi tararearla a la primera escucha y mover la pierna al son. O como cuando conduzco de vuelta a casa con mi chaval, y en su periodo de iniciación a la música, con 12 años, me pide poner el single otra vez, y yo le pongo “A Thousand Guitars”, y me dice ah sí, esta también es la hostia.
Pero incluso en los tiempos donde todo se filtra y todo se obtiene antes o se escucha en un teléfono, conseguí abstraerme y escuchar el disco a mi manera. O a la manera que Bruce nos enseñó: en el coche, en los últimos minutos del crepúsculo. A solas. No conseguí, eso sí, abstraerme de los artículos publicados, declarando a cuatro columnas que este es su mejor trabajo desde "Born In The USA". Eso, con "Tunnel of Love", "Lucky Town" y "Magic" siempre frescos en la memoria, es mucho decir. Eso, para nosotros, los fans de su músculo, de su imponente y arrolladora personalidad en directo, y de sus melodías eternas (no confundir con los fans del Boss), es realmente decir algo.
Y al final, da igual si este es su mejor trabajo en muchos años. Es, ante todo, por encima de todo, el último gran trabajo de uno de los referentes inexcusables de la música americana. Una carta a todos sus fans, declarándose vivo, volviendo a contarnos lo que ya nos ha contado mil veces, pero con energía y pulso renovados, vibrando con una sonrisa, recordando lugares comunes que tantas veces nos ha hecho pisar, como si hubiésemos nacido y nos hubiésemos criado con él, Miami Steve Van Zandt y Southside Johnny en aquellos tiempos de ritmo y blues en New Jersey. Es un artista y su banda en un estado de forma excepcional.
Acabo de recibir la carta de Bruce, y está escrita a corazón abierto. La he leído varias veces, y sólo puedo decir gracias, viejo amigo, te echaba de menos.
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