NEON DELTA. Sala Fun House. Madrid. 2017-I-14.
En 1974, el crítico Jon Landau soltaba en The Real Paper su famosa frase “Anoche vi el futuro del rock and roll, y su nombre es Bruce Springsteen”, añadiendo que aquello le había pasado “en una noche en la que necesité particularmente volver a sentirme joven, él me hizo sentir como si escuchara música por primera vez”. El pasado sábado en la sala Fun House, me sucedió exactamente lo mismo viendo a Neon Delta. Espera a ver los resultados, porque no se van a parecer en nada.
Con un retraso adecuado hasta llenar la sala con poco menos de 80 personas, comenzó a sonar una intro de puro rock n’ roll apurado con frases de “Network, Un mundo Implacable”, film de 1976, el año en que nacimos unos cuantos cretinos fans de Axl Rose, mezcladas con el carpe diem de “El club de los poetas muertos” y el Joker de Heath Ledger soltando “Caos” a destajo. En un escenario de reducidas dimensiones aparecieron cinco forajidos ataviados como las estrellas del rock de finales de los 80 que nos dejaron, y se quedaron, con la miel en los labios.
En poco más de una hora y cuarto, Neon Delta fueron descerrajando uno a uno casi todos los balazos que conforman su debut, Imparable, con una actitud y una convicción que yo jamás había visto en un grupo nacional en el formato que manejan, el hard rock angelino que tanta gloria nos dio como poca paz se llevó.
Asistí en estado de shock a este concierto, sublimado por una compañía inmejorable y con varios momentos puntuales que me hicieron, como Landau, sentirme completo en una noche donde necesitaba particularmente volver a sentirme joven. Las tres primeras canciones me llevaron, directamente, a mencionarle a un compadre de fatigas las palabras L.A. GUNS. Eso, en mi lenguaje, significa sagrado. Particularmente el compendio que conformarían los tres primeros discos de los californianos, rematados por ese pedazo de dinamita titulado "Hollywood Vampires". Dani Blanco, el cantante, se soltaba y se movía por el escenario con unas formas, un pelo, la ropa y los gestos de los autores de las gestas; ni un flaqueo en toda la noche, atajando los agudos con pujanza, llegando como hay que llegar: con dolor. Por su parte, la otra cabeza visible de la banda, el guitarrista Charlie Rood, nos agasajó con toda una colección de movimientos perfectamente sincopados con su precisión a la guitarra, ejecutando los solos con fundamento, al igual que su compañero Marc Gálvez, completamente ensimismado durante “Balas y poemas”, la primera balada de la noche, que me dejó un sabor de boca inmejorable. Aun no me he parado a pensar en todo lo que podría ser y no será. O quizás es que no dejo de pensarlo desde que terminó el concierto.
Hay varias cosas que decir, en honor a la verdad, sobre Neon Delta. Lo viven. Ese cantante y esos músicos están viviendo el sueño encima del escenario, se lo creen, lo plasman, me lo entregan a bofetones, me dejan deseando más. A medida que se desarrolla el concierto, ves cumplidos uno por uno todos los clichés del rock n’ roll que ya no se hace, todos los licks, los solos, las posturas que eran de verdad y no impostura, las miradas, todo ello confeccionado con una puesta en escena impecable donde el público es agasajado, querido, interpelado y necesitado. No sé si todo está medido, pero las versiones llegan justo cuando tienen que llegar. No me importa una mierda que tres sean demasiadas, y más cuando se trata de esas tres: “You’re crazy”, de Guns N’ Roses, en versión tempo moderado, pero eléctrica; esto es, el tempo de "Lies", pero con la pujanza de la recogida en el denostado "Live Era", disco en directo hecho a base de retales que los Roses lanzaron cuando ya se habían separado, en 1999, y Axl seguía su loco camino. Ni que decir tiene que Blanco homenajea a Axl como es debido, y raspa, aúlla, dice todos los “no no no no no no” habidos y por haber, mientras la base rítmica del bajista Sergi Ventura y el batería J.R. Duclosson suenan al puro pegamento aquel de Duff McKagan y Steven Adler, tan añorado hoy. La voz de Rose nunca sonó mejor, más pura, que en "Lies", en concreto en este tema y en el siguiente, la prodigiosa “One in a million”. Por pedir, le pediré a Neon Delta que la toquen en algún acústico al que pueda asistir. Quiero ver a Neon Delta en acústico, con velas incendiando los amplificadores, quiero ver a Neon Delta en todo su esplendor y magnificencia, dando todo lo que tienen dentro. Quiero ver a Neon Delta en la tele y en el supermercado, y quiero que la cajera del supermercado quiera enseñarles el almacén.
No sé por qué tuve la sensación de estar solamente rascando la superficie con esta banda. En un momento inesperado, atacaron “She sells sanctuary” de los Cult. Ni que decir tiene que la clavaron, pero eso es lo de menos. Ya sé que The Cult han sido una banda en España de público de pelaje diverso, llegando incluso a cerrar discotecas de alto voltaje en su día. Pero, abriendo el año 2017, es absolutamente perentorio que The Cult vuelvan a sonar en los clubs. Y si es de la mano de una banda que tributa, que se rinde en su exposición, que me da doscientas patadas en los cojones como hicieron el sábado pasado, qué puedo decir. Check, check, check. ¿Posturitas? Check. ¿Fundamento? Check. ¿Una buena patada en los cojones? CHECK.
Porque, además de sublimarme, me dijeron cosas. No me susurraron cosas al oído, como los maestros de la guitarra acústica que tanto me gustan estos días de cuarentena espiritual. No, estos chicos no susurran. Sueltan rants. Sacuden conciencias para el que quiera escuchar. Hablan de lo difícil que es abrirse camino y de las ganas que tienen. Se cagan en los vetos. Buscan un cambio en las formas y en el fondo. No quieren gustarte por gustarte, sino que no entienden, y rechazan, las barreras, la indiferencia, el hastío generacional. Agradecen el apoyo de los que han estado a su lado, e imagino que estar a su lado es aguantar y promocionar a una banda real, arrogante, que persigue un fin, conquistar el corazón de la gente con rock and roll. No es un fin inédito, en modo alguno. Nadie está hablando de originalidad aquí. No quiero saber nada de la industria, en ningún terreno. Pero no me imagino a esta gente trabajando en una oficina con esos pelos. No quiero verles cobrándome la gasolina o en la cola del paro. No quiero saber si llevan obscenas inversiones bancarias en corporaciones fagocitadoras. No lo creo, pero no quiero saberlo, porque lo que yo vi el sábado encima de ese escenario es el futuro del rock and roll. Un futuro de mierda donde gente como esta no llega a ninguna parte más que al corazón y la mente de aquellos que les aman. Pero… ¿y si es que sí? ¿Eh? Si es que sí puedes echarte a temblar, porque se van a acabar las gilipolleces.
Porque una banda como esta no te gusta, simplemente. La adoras. Adoras cada uno de sus detalles. Desde la intro hecha a modo de collage "Madagascar" style hasta a Rood dando vueltas sobre sí mismo, poseído por la fiereza del parte hombre/parte animal del Ritz, los forajidos de Los Ángeles, el jodido Andy McCoy, ESA CLASE DE HIJOS DE PUTA que lo tienen. Ya está, no hay más que decir. Esta gente lo tiene.
Por eso, cuando arrancan con una versión de “God save the queen” de los Sex Pistols con la letra adaptada al castellano, no tienes más remedio que ponerte serio. Porque la letra habla de cómo “España se ríe”, mientras salva a su rey. Vale, un rey al que todavía no hemos visto sentarse sobre la panza de elefantes muertos ni castigarnos con su estilo campechano de cabrón alcoholizado, en permanente busca de su beneficio personal. Este, como su padre y el padre de su padre y de la reputísima madre que los parió a todos, no hace nada. Por eso, España se ríe, y nadie hace nada. Lo he pillado, chicos. Llevo un tiempo (mucho tiempo) sintiéndome mal, espectador de este enorme choteo nacional. Vosotros le habéis puesto letra, de la mano de ese pedazo de dinamita que es el colosal tema de los Sex Pistols. La banda aquí, como en toda la noche, sonando como UNA BANDA DE PESO. Una banda de hard rock cojonuda.
Basta de mierdas altisonantes. Debo volver a pisar tierra. Mala suerte, chicos: no os van dejar, vais a tener que conquistarlo por la fuerza. Todos hemos visto e incluso conocido a bandas en sus inicios, y algunas llegaron a alguna puta parte. Les hicieron prisioneros por el camino, se dejaron llevar, bailaron con el diablo e incluso murieron por sobredosis. Algunos se reconvirtieron y otros se quedaron a mitad de camino. Es muy español, eso de quedarse a mitad de camino. Desgraciadamente, también es muy español no abrir paso, cerrar las puertas, bajar las barreras, vetar, desoír, pedir dinero a cambio de promoción y engañar con las expectativas. También es muy de la industria que una banda así no tenga cabida en ningún sitio más que en el corazón de sus fans. El otro día me acordaba de una frase de César Martín sobre Dogs D’Amour y cómo no se imaginaba oyendo sus canciones en el Simago. Ahora donde había un Simago tienes un bonito bloque de edificios, pero esa no es la cuestión. Claro que quiero ver a Neon Delta en televisión, en alguna parte, y sonando a todas horas en la radio. Claro que quiero ver esa mierda. Es, sencillamente, que no va a pasar. Y ya sé que es un win win para mí, un bloguero maniqueo que parlotea como si estos fuesen mis amiguetes. No les había visto en mi vida, a ninguno de ellos, antes del sábado.
Si no se comen un rosco, habré acertado el pronóstico. Y si los tienes hasta en la sopa, el primer hijo puta que se va a alegrar voy a ser yo.
Pero déjame que te diga una cosa. El sábado vi el futuro del rock and roll. Y tiene un aspecto horrible. Tiene la forma y el fondo de lo que no va a poder ser, mientas unos pocos se van a seguir riendo. Y es una verdadera lástima, porque podría ser hermoso. Reza para que me equivoque, y no te rías tanto, cabronazo.
Manuel L. SACRISTAN
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