AGNES OBEL "Citizen of Glass" (2016)
OTRA VEZ ENTRE LOS DISCOS DEL AÑO.
La artista danesa lanza un tercer álbum donde ahonda en su particular universo.
Nos encontramos en la confluencia de tres riachuelos que
forman un río mayor. Centrémonos en el primero. Cuando te acercas, el fluir de
sus aguas entre los verduzcos cantos rodados que se aferran al fondo con ahínco, puedes escuchar un jazz cadencioso,
con un piano comedido, tímido por momentos, acompañado por una voz femenina,
dulce y susurrante en clave de sueño rem. Sus aguas son de cualquier color pero en vuestra
mente siempre ha de ser diferente al de los otros dos afluentes y también
diferente al del río resultante.
Es el momento del segundo riachuelo. Otro color y otros
sonidos. Ahora es una especie de folk nocturno e inquietante. Puedes sentir el
calor del hogar pero hay algo, un eco de incierta procedencia. Una especie de
final inesperado al final de la oración pese a que la oración nunca llega a su
final y, cuando lo hace, el sobresalto tampoco se hace palpable. Suspense
redefinido por un lenguaje musical propio que crea un universo musical particular
en forma de gran río alimentado por tres hilos de agua menores pero repletos de
personalidad y vida.
El tercero, de un tercer color no excesivamente brillante,
despide sonidos de un pop identificable al tacto, como si volvieses una y otra
vez a aquella textura de aquella chaqueta de entretiempo que tanto te gustaba,
no tanto por su funcionalidad como por las caricias a las que sometía a las
yemas de tus dedos.
Ahora, con o sin la necesidad de cerrar los ojos, puedes
imaginarte el río principal. El producto de la mezcla. Es ahora cuando aparece
en escena Agnes Obel, pianista y cantante danesa que con la escueta compañía de
unos pocos arreglos de cuerda se parapeta en un meandro de ese río para empaparse
de todo ese precioso ruido orgánico.
Obel publica estos días su tercer disco, “Citizen of Glass”,
un trabajo en el que ahonda en su propio universo para desarrollar un lenguaje
más maduro aunque no excesivamente apartado de sus anteriores trabajos. Es como
si la pianista pasease en círculos a través de un vasto paraje, cuaderno en
mano, para ir anotando todas las curiosas cuestiones que le pueden servir para
conformar su personalidad. La clave son los círculos como un movimiento que se
repite pero que nunca, jamás, es igual. Los senderos cambian, se mueven, los
árboles bailan y el viento corre entre la maleza anunciando la caída de la
noche.
Aitzol VERSALLES
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