LA LOCURA DE UN REGRESO. Por Manuel L. SACRISTAN.
Mi mejor amigo se casó el mismo día que se reunieron Guns N’ Roses. ¿No es bonito? En realidad, la tarde anterior fue cuando terminaron de explotar los rumores sobre “el concierto del Troubador”. Ya hay que llamarlo así… 1 de abril de 2016, grabado para siempre en nuestra memoria.
¿Y por qué, si desaparecieron hace tanto tiempo? Pues sencillamente, porque muchos de nosotros nunca amaremos a una banda de la manera que amamos a Guns N’ Roses. Porque sus canciones representan una era y una serie de emociones que no pueden replicarse. Ver a la banda reunirse en el lugar donde empezó todo, en un evento donde nada podía registrarse (apenas unos clips cortos y deslavazados), era una oportunidad de oro para volver atrás, a los (buenos) viejos tiempos.
“¿Qué hago aquí?”, me preguntaba mientras pasaba horas en el Foro del Azkena Rock Festival compartiendo la tarde anterior con los viejos y nuevos camaradas. “¿Por qué estoy en este país [Mejor no definir cómo es, porque entonces el artículo no sería corto] en lugar de estar en Los Ángeles, haciendo cola en el antiguo Tower Records, para ir esta noche al Troubador?”
La tarde del 31 de marzo, la del cumpleaños de mi mejor amigo y la de su verdadera boda (la celebración fue al día siguiente) la pasé aprendiendo a manejar el periscopio ese, del que no entiendo nada, pero se supone que alguien retransmite vídeos cortos en directo y la gente que se conecta puede hacer comentarios, y comentando la jugada con los colegas. Era todo ridículamente inocente, absurdo, con un punto infantil irresistible, propio de gente que un día entregó su vida y su alma a Guns N’ Roses, como símbolo de una vida que jamás podría vivir, pero que vivirían gustosos.
Vivimos tiempos de globalización absoluta, más allá de cualquier concepto pasado que podamos tener como inamovible. La reunión de Guns N’ Roses deja todo en evidencia, porque provienen de una era donde todo era diferente. Sus conciertos, sus canciones, su actitud, se metieron en la cabeza de todo el mundo. Y sin Periscope.
Al día siguiente, pude seguir el concierto de una forma absolutamente cutre, sin imágenes ni sonido de directo, alcanzando un nivel de frikismo difícilmente repetible. A través de declaraciones de gente que se apostaba en la acera de enfrente del Troubadour, o de algunos temerarios que arriesgaron su presencia en el evento grabando con teléfonos móviles que lograron colar por el detector de delincuentes/grabadores, a riesgo de ser expulsados del concierto. Yo me hubiese dejado el móvil en el coche, como hizo Leah, nuestra heroína, la que pasó toda una noche en la puerta de Tower Records sólo porque había oído el rumor de que Guns N’ Roses tocaban en el Troubadour. La princesa Leah es ya un mito para todos nosotros. Ella retransmitió la extraña obra que tenía lugar en Tower Records la noche del jueves, la cola a la mañana siguiente, y el museo-homenaje que habían montado dentro, con imágenes de “Welcome to the videos”, la guitarra de Slash y el ampli de bajo de Duff. Y ni siquiera mencionó que fuese a ducharse después de haber conseguido su propósito: Leah vio, llegó y venció.
Nosotros oímos, no estuvimos y ahora somos incapaces de vencer nuestras ganas de cruzar el charco para ver alguno de los conciertos de la gira americana. No se vaya a joder y nos quedemos sin verles en Europa.
¿Y qué tal fue la boda de mi mejor amigo? ¡Fantástica! Ella estaba muy elegante, él sobrado de clase como siempre, bebimos como cosacos y sonaron “You could be mine”, “Welcome to the jungle” y “Sweet Child O’ Mine”. No se puede pedir más.
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