KURT COBAIN Montaje del infierno
A tiempo.
A mí Kurt Cobain me robó algo. Aún hoy no sé explicarlo demasiado bien pero cojones, se fue calle abajo con algo mío debajo del brazo y pese a que intenté resistirme persiguiéndolo para partirle la crisma, jamás llegué a alcanzarlo.
Cuando llegué al rock en 1991, escasos meses antes de que "Nevermind" y su onda expansiva destrozase el universo tal y como lo conocíamos, la vida era soleada, se viajaba en descapotable junto al mar mientras en el estéreo sonaba Van Halen y en el asiento del copiloto había una rubia cardada con minifalda de spandex. El único ángulo muerto ante tanto derroche lúdico venía marcado por el número de baladas que incluiría el nuevo disco de Skid Row o por la profundidad de campo de los "Use Your Illusion".
Pero como en el universo de Star Wars ocurría con las guerras Clon, en nuestro mundo de granos y pantalones cortos estábamos a punto de conocer las guerras Grunge. Con Cobain a la cabeza, un ejército de músicos de otra calaña se iban a hacer con el control de los medios de una forma mucho más abrupta y agresiva de lo conocido hasta entonces. Eso, pese a que ellos eran los pacíficos, los responsables, los sensibles, los de carne y hueso.
Supongo que nos quedaban dos posibilidades, dejar nuestras vestimentas habituales de pueblerino muy lejanas a las del sleaze hard angelino para ponernos camisas de franela a cuadros. O resistir tan heróica como estúpidamente en Los Angeles mientras el mundo se convertía en Seattle. Yo elegí la tremenda. La de aguantar. La de ver los toros desde la barrera, observando y analizando pero siempre siendo duro en la crítica. Completamente náufrago en un mar de negros y blancos sin cabida para el gris.
La transformación fue rápida y el trauma importante. Se acabó la laca, la tan amada laca, y se impuso la mugre descrita desde una supuesta superioridad intelectual. De la desconfianza pasé a la aceptación de la lógica: allí había toneladas de buenas canciones y bandas históricas. Nada justificaba la cerrazón. Así que al final, tanto Guns N' Roses como Nirvana, Skid Row como Soundgarden o Vain como Stone Temple Pilots, pasaron a ser parte de mi banda sonora original.
Valorando todos los discos como obras de incalculable valor dentro de mi historia y respetando los discursos emocionales y geopolíticos de cada tendencia, llegó la nostalgia. Y con la nostalgia, los documentales como este de Cobain que se encargan de recordarnos que cuando Cobain, Staley, Buckley o Hoon se fueron, nuestra visión de la muerte era tan lejana que apenas entendimos la pérdida. Pero claro, cuando empiezas a pensar en la muerte como algo cercano, es que ya eres mayor. Somos mayores.
Mayores como para darnos cuenta que detrás de Cobain o Vedder no había más que lo mismo de siempre envuelto en otro papel de regalo menos vistoso. Lo que querían era ser los mejores, los que más vendían, los que marcaban las tendencias, los que opinaban. Y para ello, decidieron no dejar prisioneros. Decidieron exterminar al contrincante y alzarse con la victoria.
Y bien, lo hicieron. Pero lo mismo la rosca saltó. A Nirvana todavía se les tiene un respeto en el mundo postapocalíptico y postmodernista en el que vivimos. Pitchfork mediante. Pero al resto.... el resto... tenían demasiadas guitarras. Eran demasiado rockeros. Valen como ecos del pasado pero poco más. Como para que alguien recuerde los Illusion o "Slave to the Grind". Porque de repente el rock, la música, se ha convertido en una carrera de influencia. Si no eres influyente, no molas. Así que mola "OK Computer" y "Achtung Baby" hasta el punto de ser lo mejor de los 90. Y "Nevermind". Pero no ya "Metallica", es que "Superunkown" o "Dirt" están hoy fuera de juego. Los cojones. Ahora soy yo el que como Cobain y compañia hace dos décadas, va a por lo suyo.
Izkander FERNANDEZ
Un tipo inadaptado, white thrash americana en su más pura acepción:
familia disfuncional, drogas tempranas, virginidad patológica y
lacerante. El documental que se acerca a la figura de Kurt Cobain a
partir de los archivos de su hija Frances Bean, aparte de no ser “el
documental más profundo de la historia del rock” como erróneamente ha
señalado la Rolling Stone (revista que, no lo olvidemos, el justo Axl
Rose ordenó robarla, nunca comprarla), se ve a partir de la media hora
con un tono absolutamente funcionarial ("tengo que terminarlo”), y a
pesar de lo poco absorbente que resulta, lógicamente es de alabar la
labor de recopilación y montaje del asunto. Eso siempre es difícil y
aquí está bien hecho. Mi problema al poco de ver dibujos pueriles y
frases esquizoides es que no encontré ninguna perla, sino meras
constataciones.
Constaté que en los únicos momentos donde este tío era realmente genial eran cuando se colgaba una guitarra. Ahí desbordaba carisma, y supongo que eso es lo que realmente importa, que "Nevermind", "In Utero" y "MTV Unplugged" son tres joyas y tres pedazos importantes, claves, en la historia del rock. Pero los que los fabricaron mucho me temo que eran un poco bobos. Ahora Krist Novoselic ha madurado (también ha perdido pelo) y Dave Grohl no aparece (circunstancias sospechosas, que tendrán que ver con la perversa mujer de Cobain, de la que me encargaré en un rato), pero en 1991 estos tíos no decían más que chorradas.
El montaje como de cómic cuando cuenta su periplo de acá para allá de adolescente frustrado está muy bien, también. Cobain tenía un verbo fluido y lógicamente era un señor inteligente y sensible, además de un cabrón afilado. Pero al poco comenzaron las otras constataciones, las decepcionantes, por reiterativas. "Bleach" es un coñazo. Yo ya estoy mayor para esos conciertos oscuros del raca raca. Por lo demás, en esas canciones no hay la genialidad que se les supone, o al menos, la que afirma seguro Julio Valdeón al comparar aquel disco de 1989 con una supuesta “defunción” de Guns N’ Roses. I’m afraid Mr. Valdeón is wrong.
Una cosa particularmente frustrante del documental de Brett Morgen es que apenas hay referencias a las grabaciones de los discos, por lo que, si partimos de la premisa de que en el único lugar donde Cobain era realmente genial era con la guitarra colgada, forzosamente hay que concluir que el documental no es genial.
Ni tampoco tan profundo. Kurt Cobain era un yonqui, pero no uno a la manera de Antonio Vega, con aspiraciones astrofísicas racionales, dos años de carrera y una formación académica que incluso le permitía experimentar con las drogas siendo consciente de la cantidad exacta que se metía. Hijo de médico, claro está. Cobain era hijo de un patán y desde ese momento queda claro que no podía tener los pilares necesarios para afrontar los rigores de la fama y el éxito. Ya era un cretino hiperactivo de chaval, figúrate cuando le añadas a eso jolgorio, drogas y fans. Una locura.
Por lo demás, las imágenes de archivo familiar me dieron absoluta vergüenza, pena por la niña recién nacida, su obsesión por Guns N' Roses me resultó absolutamente cómica, y su mujer Courtney (que, a juzgar por su manera de fumar y de comportarse, sigue siendo drogadicta, por lo menos al bótox) resulta particularmente asquerosa. Ellos dos juntos grabándose, diciendo bobadas con esa tez, tampoco resultan muy estimulantes. Su pasión no es fulgurante, no son sofisticados, ni siquiera molan, porque su supuesta agilidad mental y su lengua afilada no es seductora, ya que ni siquiera es expresiva. Ahí no hay pasión, ni deseo mutuo, ni inteligencia. Son grabaciones que quizás tengan valor para su hija, pero no le añaden valor al personaje.
Los hijos de Kurt Cobain
Tampoco ayudan los fans de Nirvana que justificaban el desastre en el que se imbuía su cantante. Era un tono alternativo que alimentaba la pena infinita desde la arrogancia. “Estoy jodido y por eso molo”. Lenguaraces absolutamente incapaces de rearmar sus cosas y echarle dos cojones a la vida, gente que da de comer a la depresión neurótica y al suicidio, tipos blanditos, vagos hasta el vómito, que se dedican a buscar su tiempo y su espacio como si sólo ellos existiesen sobre la faz de la tierra... los hijos de Kurt Cobain. Kurt, el yonqui, el de la mujer con granos en las tetas, Kurt, el de la casa hecha un sin dios, Kurt, el guarro, el cretino inseguro que prefiere (en serio) quedarse en casa haciendo el payaso antes de rematar la faena con la que pudo haber sido la gira definitiva de aquellos años. Pero no. Él, como dijo Trent Reznor, tenía que ser el más auténtico y el más alternativo, cuando la realidad era que cumplía uno por uno con todos los jodidos clichés de las estrellas del rock angelinas a las que ponía de vuelta y media... ¡sólo que siendo mucho menos gracioso!
Viva el cock rock sleazy y glammy y vivan los supervivientes que le echaron dos huevos. Bill Simmons lo dijo mejor que nadie. “Al final”, dice Simmons, “parte de la razón por la que Nirvana se ganó el respeto infinito históricamente fue porque Cobain se suicidó en el momento perfecto, justo después de "In Utero" y "MTV Unplugged", cuando estaba colgado de las drogas y lentamente volviéndose loco. Si hubiese seguido vivo, habríamos sido testigos de varios intentos de rehabilitación, un comportamiento extraño, una separación compleja/sangrienta/violenta de Courtney Love que hubiese acabado con uno de los dos (o los dos) en la cárcel, al menos dos discos incoherentes que cualquier molesto fan de Cobain habría defendido como “geniales, tío, sencillamente geniales”, seguidos por seis años sin hacer nada y una aparición en algún reality show de músicos en rehabilitación, donde hubiese ligado con Mariah Carey. Hubiese hecho que Scott Weiland pareciese más sanote que los tíos de Wham!. Tras soportar su patética caída durante doce o catorce años, ¿estaríamos hablando de Cobain como un genio musical y considerándole el padre de la música alternativa? ¡De ninguna manera! Hubiese sido otro músico yonqui que tiró su carrera a la basura”.
Constaté que en los únicos momentos donde este tío era realmente genial eran cuando se colgaba una guitarra. Ahí desbordaba carisma, y supongo que eso es lo que realmente importa, que "Nevermind", "In Utero" y "MTV Unplugged" son tres joyas y tres pedazos importantes, claves, en la historia del rock. Pero los que los fabricaron mucho me temo que eran un poco bobos. Ahora Krist Novoselic ha madurado (también ha perdido pelo) y Dave Grohl no aparece (circunstancias sospechosas, que tendrán que ver con la perversa mujer de Cobain, de la que me encargaré en un rato), pero en 1991 estos tíos no decían más que chorradas.
El montaje como de cómic cuando cuenta su periplo de acá para allá de adolescente frustrado está muy bien, también. Cobain tenía un verbo fluido y lógicamente era un señor inteligente y sensible, además de un cabrón afilado. Pero al poco comenzaron las otras constataciones, las decepcionantes, por reiterativas. "Bleach" es un coñazo. Yo ya estoy mayor para esos conciertos oscuros del raca raca. Por lo demás, en esas canciones no hay la genialidad que se les supone, o al menos, la que afirma seguro Julio Valdeón al comparar aquel disco de 1989 con una supuesta “defunción” de Guns N’ Roses. I’m afraid Mr. Valdeón is wrong.
Una cosa particularmente frustrante del documental de Brett Morgen es que apenas hay referencias a las grabaciones de los discos, por lo que, si partimos de la premisa de que en el único lugar donde Cobain era realmente genial era con la guitarra colgada, forzosamente hay que concluir que el documental no es genial.
Ni tampoco tan profundo. Kurt Cobain era un yonqui, pero no uno a la manera de Antonio Vega, con aspiraciones astrofísicas racionales, dos años de carrera y una formación académica que incluso le permitía experimentar con las drogas siendo consciente de la cantidad exacta que se metía. Hijo de médico, claro está. Cobain era hijo de un patán y desde ese momento queda claro que no podía tener los pilares necesarios para afrontar los rigores de la fama y el éxito. Ya era un cretino hiperactivo de chaval, figúrate cuando le añadas a eso jolgorio, drogas y fans. Una locura.
Por lo demás, las imágenes de archivo familiar me dieron absoluta vergüenza, pena por la niña recién nacida, su obsesión por Guns N' Roses me resultó absolutamente cómica, y su mujer Courtney (que, a juzgar por su manera de fumar y de comportarse, sigue siendo drogadicta, por lo menos al bótox) resulta particularmente asquerosa. Ellos dos juntos grabándose, diciendo bobadas con esa tez, tampoco resultan muy estimulantes. Su pasión no es fulgurante, no son sofisticados, ni siquiera molan, porque su supuesta agilidad mental y su lengua afilada no es seductora, ya que ni siquiera es expresiva. Ahí no hay pasión, ni deseo mutuo, ni inteligencia. Son grabaciones que quizás tengan valor para su hija, pero no le añaden valor al personaje.
Los hijos de Kurt Cobain
Tampoco ayudan los fans de Nirvana que justificaban el desastre en el que se imbuía su cantante. Era un tono alternativo que alimentaba la pena infinita desde la arrogancia. “Estoy jodido y por eso molo”. Lenguaraces absolutamente incapaces de rearmar sus cosas y echarle dos cojones a la vida, gente que da de comer a la depresión neurótica y al suicidio, tipos blanditos, vagos hasta el vómito, que se dedican a buscar su tiempo y su espacio como si sólo ellos existiesen sobre la faz de la tierra... los hijos de Kurt Cobain. Kurt, el yonqui, el de la mujer con granos en las tetas, Kurt, el de la casa hecha un sin dios, Kurt, el guarro, el cretino inseguro que prefiere (en serio) quedarse en casa haciendo el payaso antes de rematar la faena con la que pudo haber sido la gira definitiva de aquellos años. Pero no. Él, como dijo Trent Reznor, tenía que ser el más auténtico y el más alternativo, cuando la realidad era que cumplía uno por uno con todos los jodidos clichés de las estrellas del rock angelinas a las que ponía de vuelta y media... ¡sólo que siendo mucho menos gracioso!
Viva el cock rock sleazy y glammy y vivan los supervivientes que le echaron dos huevos. Bill Simmons lo dijo mejor que nadie. “Al final”, dice Simmons, “parte de la razón por la que Nirvana se ganó el respeto infinito históricamente fue porque Cobain se suicidó en el momento perfecto, justo después de "In Utero" y "MTV Unplugged", cuando estaba colgado de las drogas y lentamente volviéndose loco. Si hubiese seguido vivo, habríamos sido testigos de varios intentos de rehabilitación, un comportamiento extraño, una separación compleja/sangrienta/violenta de Courtney Love que hubiese acabado con uno de los dos (o los dos) en la cárcel, al menos dos discos incoherentes que cualquier molesto fan de Cobain habría defendido como “geniales, tío, sencillamente geniales”, seguidos por seis años sin hacer nada y una aparición en algún reality show de músicos en rehabilitación, donde hubiese ligado con Mariah Carey. Hubiese hecho que Scott Weiland pareciese más sanote que los tíos de Wham!. Tras soportar su patética caída durante doce o catorce años, ¿estaríamos hablando de Cobain como un genio musical y considerándole el padre de la música alternativa? ¡De ninguna manera! Hubiese sido otro músico yonqui que tiró su carrera a la basura”.
Manuel L. SACRISTAN
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